miércoles, 16 de julio de 2014

Karley Durán
16/07/14 06:34 pm
Hay cosas, situaciones, realidades, deseos, esperanzas y decepciones que unen a las personas; particularmente  a los venezolanos. Sin necesidad de hacer una encuesta personal y formal podemos darnos cuenta de ese lazo fraterno y entrañable del siglo XXI.
Así como la producción acogió a los empresarios el siglo pasado y el poco consumo de la sociedad conjugaron un crack en el 29; de este lado del mundo, en América Latina, específicamente en Venezuela, el fenómeno idealista del socialismo ha transformado el ritmo de vida de los ciudadanos y ha creado una especie de hermandad oculta que parece perdurar en el tiempo. Ojalá no sea así.
En mi casa siempre falta algún producto, ya no recuerdo el día en que dijimos no faltó comprar nada. Creo que siempre faltará algo en cualquier hogar.  Lo que no parece normal es que hoy en mi casa y seguramente en la de muchos falte casi todo, bueno lo más básico, que es lo peor.
No quejarse tanto es la idea y el horizonte, trabajar más para evitar hacerlo es la fórmula. Además, esta es la realidad que me ha acompañado en los últimos 14 años. Tampoco recuerdo cómo era la situación en  la Cuarta República. Pero, ¿quién de menos de ocho años se va a preocupar por lo que ocurre en el país? Nadie, no en mi época.
Por eso hoy la unión de los venezolanos no partirá desde mi experiencia y realidad. A mi papá, el Sr. Ramón Durán de 62 años, le sobran las defensas pero le faltan argumentos. Y se lo he dicho. Para él la situación económica del país no es tan grave, menos la escasez. Afirma que ahorita hay una guerra inducida por la oposición, que son ellos quienes acaparan y no quieren producir, por eso hay escasez; según. Lo que no entiendo es cómo hizo mi papá para construir nuestra casa en la Cuarta República si se supone que en ese entonces si estábamos mal.
La escasez tiene muchas formas, no sólo hay escasez de comida, sino de artículos de limpieza, medicamentos, repuestos, oportunidades, materiales de construcción y guáramo, sí guáramo como dijera mi abuela. Guáramo para aportar algo a esta desidia que se tiene y así poder exigir lo que un día tuvimos.
Jessenia Angulo tiene varias experiencias relacionadas a la odisea que tiene que vivir para adquirir productos y de Mercal de paso.
Testimonio: La vecina gritó fuertemente al lado de la pared que divide nuestras casas. -Mañana habrá Mercal en el parque de Pampán Jessenia-, retumba la voz -Nos vemos mañana vecina-, le devuelvo el alarido. Luego de la confirmación de la jornada, aceleró mis quehaceres para acostarme temprano y poder levantarme a las 3 de la mañana. Sí, hay que madrugar, porque si no, no compramos nada.
Cada vez que puedo voy con mi padre y mi hermana a las escasas jornadas de Mercal que hacen en las zonas aledañas de mi casa. No me gusta hacer colas, pero con esta escasez no hay muchos productos que elegir, ni mucho dinero con que comprar, tampoco tiempo; pero la necesidad está por encima de todo lo demás.
Tin, tin, tin… suena la alarma del teléfono justo a las 2: 50 am. Me levanto y llamo a mi papá y a mi hermana para salir lo más rápido posible. No es fácil levantarse de madrugada pero hay que hacerlo. Llegamos a la cola del parque de Pampán y ocupamos el número 69, 70 y 71 de la fila. Eran las 3am. Mujeres, adolescentes, niños y hombres se van sumando detrás de nosotros. El reloj marca las 7:20am. Recibo una llamada, es mi madre. –Hija la jornada no será ahí, váyanse al cementerio, ¡rápido! -Molesta le contesto –ok-, le digo a mi familia y nos vamos casi corriendo. 
Llegamos y efectivamente es aquí la jornada, pero ahora tenemos más de 200 personas por delante. El algarabío acompaña la mañana, el sol intenta broncearnos y la gente desespera. Gritos, insultos, golpes, quejas y hasta desmayos se ven. Toca mi torno, estoy exhausta por las horas que he estado parada. Logro comprar con 240bf un kilo de harina, dos de azúcar, dos pastas, arroz, un pollo, un aceite, una leche y los productos regionales: galletas o cualquier otra cosita, casi innecesaria.

Pero mi hijo no toma leche de Mercal, tiene 1 año de edad y tampoco le puedo explicar que no encuentro los pañales que no lo irritan. Ruego a Dios porque no se enferme, me da miedo de que no encuentre los medicamentos. Y no hablo de mi esposo… porque él también sufre la consecuencia de la escasez, el lazo fraterno que une a todos los venezolanos.

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